Relato: Huída

¡Hola a todos! Luego de desaparecer un por tiempo —ya deben estar acostumbrados —, he vuelto desde las sombras —no tan así—.
Hoy les subo un relato que escribí hace más de un mes. No lo había subido antes, porque estaba en corrección y quería que quedara bien; por lo cual, lo subo ahora.
«Huída» es un relato de ciencia ficción, ambientado en la actualidad. Me costó un poco escribirlo, porque quería que fuera más largo, pero no resulto. Además, como explicarlo… quería que el trasfondo fuera mucho más cruel, pero no estaba segura si iba a ser leído o no.
Bueno, espero que lo disfruten.




Ficha

Nombre: Huída.
Autor: Ann Suou D.
Tipo de escrito: relato.
Clasificación: todo público.
Género: ciencia ficción.
Estado: terminado.
Descarga: mediafire.

Resumen: I ha descubierto que el «Instituto de la vida sana y prolongada» no es quién dice ser. I sabe que hay una sola cosa que puede hacer, y es mostrar la información recopilada a la justicia, ¿pero qué hará I cuando la gente del «Instituto de la vida sana y prolongada», vaya tras él?








Huída
Por Ann Suou D.



Sentado frente a la pantalla luminosa del computador, I bostezó. El computador sonó con estridencia y la luz parpadeo unos segundos hasta apagarse. I golpeó con fuerza el teclado y tiró la bolsa de papitas al piso junto a un vaso de bebida.
—¡¿Por qué?! —Gritó.
I se levantó y rodeo el asiento esponjoso. Avanzó hasta el respaldo de su cama y agarró la almohada y golpeó una y otra vez el objeto contra el cubrecama. I no lo podía creer: ¿cómo pudo cometer tal error? ¡¿Cómo?!
I tiró la almohada, giró sobre sus pasos y dio dos zancadas hacia su clóset, donde lo abrió de par en par. Sacó una mochila y comenzó a guardar ropa tras ropa. I estaba desesperado.
—¡Mierda! ¡Mierda! —Aullaba de rodillas en el piso.
I Guardó todo lo que pudo en la mochila. Se sentó en el piso, estiró su mano por debajo de la cama y tocó el cordón de sus zapatillas y alzó los cordones y los tiró hacia él, los zapatos llegaron a sus manos. Con rapidez se los colocó y agarró la mochila, y luego tomó la tabla que estaba a un costado del computador. Salió de su habitación. 
I dejó cerrada la puerta de su departamento y salió lo más rápido posible del tercer piso. Corrió escaleras abajo y desapareció entre la oscuridad de los edificios. Caminó buscando por las calles un colectivo. Vislumbró uno en la lejanía y lo hizo detenerse cuando lo vio próximo. El vehículo se detuvo e I subió en el asiento trasero.
—¡Avenida Juan Salvador III! —Gritó. I entregó el dinero del pasaje al conductor y éste partió hacía la dirección.
Las calles estaban vacías. Uno que otro vehículo circulaba por las vías y las farolas de vez en cuando parpadeaban con pereza. El motor del auto era suave, la velocidad era aún peor: lento como tortuga; la música que sonaba desde la radio, era un tipo de milonga y el conductor cantaba el estribillo desafinadamente.
La tabla se encendió sola. I saltó sobre su asiento y sacó el artefacto y lo colocó frente a él. Lo miró preocupado. Tragó con fuerza al ver una sonrisa amplia, en un rostro blanco como la nieve.
—No podrás huir —habló la voz desde el otro lado —, sabes que has hecho mal al entrar a nuestra página central.
—Y-y-y-y-o… —no podía hablar. Sudor frío corrió por su nuca y frente.
—Es demasiado tarde para que logres huir —el sujeto en la tabla se alejó de la pantalla, mostrando un delantal blanco, unos zapatos negros y unos lentes de montura gruesa y negros. Haz sido un niño malo —pronunció con voz aniñada y sínica —.
I tembló al escuchar hablar al hombre. I no pretendía entrar a la página central del Instituto para la vida sana y prolongada. I había descubierto que todo ese nombre era falso y que la institución era tan corrupta como el actual director del Banco Central, quién era el encargado de administrarla, sin que nadie lo supiera.
—No h-u-i-r-á-s —deletreo el hombre desde la pantalla.
I sabía que era inútil huir, pero también sabía que esos hombres o quién sea que lo estaba persiguiendo iría tras él, no hacía su departamento, donde su computador estaba reanalizando la información y enviando a varios computadores anexos al suyo; además los documentos estaba viajando hacia los diferentes servidores del extranjero, para que a las doce de la noche, se diera a conocer la información recopilada.
La investigación que realizaba el Instituto de la vida sana y prolongada, era monstruosa. Buscaban niños con problemas sociales desde los diferentes centros del Sename, para tomarlos como meros muñecos imperfectos… las imágenes eran atroces, el abuso y maltrato a esos niños era lo peor que había visto. En el último experimento, los niños eran drogados con una nueva sustancia que disminuía la capacidad de discernir, era un tipo de medicamento para manipular las mentes, por lo que había leído o algo por el estilo; pero luego de unos minutos, uno de los niños se volvió loco y atacó a su compañero con dientes y garras; lo mordió… se lo comió vivo.
I necesitaba ganar más tiempo. Miró la hora en su reloj de muñeca, éste indicaba cinco para las doce, aunque I siempre adelantaba su reloj por diez minutos…faltaban quince minutos… ¿podría lograr despistarlos?
El chofer se detuvo en una plaza un tanto oscura. I miró a todos lados intentando saber por qué el conductor paro el vehículo, pero las imágenes de los experimentos invadieron su mente. I Salió del auto para vomitar. El colectivo lo abandonó. I se vio solo en el mundo. No había nadie para poder ayudarlo, ¿quién sabe si la información que se estaba filtrando serviría para algo? I no lo sabía.
Se levantó luego de estar unos cinco minutos en el pasto vomitando. El mal sabor escocía su garganta y su lengua. Tenía miedo…No, más que miedo, era terror.
I corrió a través de la vereda de piedra. Sintió la presencia de alguien detrás de él. No sé dio la vuelta, simplemente aumento la velocidad. ¡Lo habían descubierto! «¡Mierda!». Corrió más rápido. Odio ser sedentario y dedicarse solo al computador. Ahora, en ese preciso momento, su corazón golpeaba con fuerza las paredes interiores de su pecho, mientras un dolor pulsante se abría camino por su cien. El aire a penas lograba entrar a su organismo. Estaba frito. Iba a morir… Iba a vivir…
Las luces de la plaza se apagaron de una. Hubo unas luces que segaron a I como si fueran luces de disco y él cayó al piso. Sus rodillas golpearon piedra dura. Hubo un silencio prolongado e I tembló, tirito de miedo; lo habían atrapado.
«Tres minutos para las doce», miró su reloj. Debía hacer hora, porque si ellos se daban cuenta que el computador no estaba con él, irían hacia su departamento y lo desconectarían. Tiempo, tiempo, necesitaba tiempo.
—Y-yo —habló con nerviosismo —, yo lo siento. No quise entrar así a su página —cubrió su cabeza por si acaso alguien le tiraba una bala —. Yo solo quería saber cuán seguro era su página, pero nunca creí que encontraría aquellos experimentos… ¡Haré lo que quieran! —Gritó al final.
«Un minuto, cinco segundo».
—Lo sentimos, sabes qué debes pagar por lo que has hecho —una voz calmada, pero agresiva vino desde un rincón oscuro —. No lo haremos doloroso, solo debes dejarte llevar…
La luna apareció, iluminado la plaza. I estaba rodeado, había por lo menos siete personas mirando de diferentes puntos. No podía huir, no podía hacer nada más; solo podía confiar en qué pronto el computador enviaría toda la información.
«Treinta segundos».
—Lo sentimos, muchacho —habló otra voz suave, pero cruda.
—¿Puedo pedir algo antes? —I preguntó.
—Sí, aunque dependerá de uno de nosotros si quiere cumplirlo.
—Quiero que mi cuerpo sea encontrado en la Avenida Juan Salvador III.
—¿Eso es todo? —La voz anterior volvió a hablar —, pensé que era algo más emocionante, pero solo quieres que traslademos tu cadáver hacia la avenida.
—Sí, solo pido eso.
«Un segundo».
I sintió una descarga eléctrica por todo su cuerpo. Sus órganos convulsionaron dentro como si fueran un dominó cayendo, pieza por pieza. I sonrió mientras su vida terminaba. Había logrado entrar y mostrar al mundo quiénes eran realmente la Institución de la vida sana y prolongada. Ahora, dependía de la justicia del país enjuiciarlos.

I miró por última vez el cielo nocturno, las estrellas tintineaban en lo alto, la luna llena iluminó su rostro e I abrió su boca antes de caer al piso.  


Bye~.
Nos vemos en una nueva entrada algún día. 
Se cuidan.





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