Relato: El pueblo de Santa Elvira
Hola.
Hace tiempo que no subo nada escrito por mí, que no sea «Pensamientos de la semana». Así que, como no he tenido mucho
tiempo para escribir algo actual, decidí subir una historia que escribí en
2012. Espero que os guste.
Ficha
Título: El pueblo de Santa Elvira ©
Autor: Ann Suou D.
Clasificación: mayor de 13 años.
Género: suspenso.
Estado: terminado.
Resumen:
Santa
Elvira, era un pequeño pueblito al interior de Chile, tan lejano y a la vez,
con tan poca gente que casi nadie sabía de su existencia. Pero sus pobladores,
estaban contentos de que así fuera. No les gustaba compartir sus tierras con
desconocidos. Desconfiaban de ellos, porque los extranjeros, siempre hacían que Santa Elvira se enojara y quienes
pagaban el precio eran solo ellos.
El pueblo de Santa Elvira
Por Ann Suou D.
Un largo
y prolongado silbido viajo con la brisa, helada y húmeda. Recorrió extensas
planicies de pequeños arbustos, cultivos y casas lejanas una entre otras. Y por
último, pasó sobre el riachuelo de Santa Elvira, que se encontraba casi seco.
Santa
Elvira, era un pequeño pueblito al interior de Chile, tan lejano y a la vez,
con tan poca gente que casi nadie sabía de su existencia. Pero sus pobladores,
estaban contentos de que así fuera. No les gustaba compartir sus tierras con
desconocidos. Desconfiaban de ellos, porque los extranjeros, siempre hacían que Santa Elvira se enojara y quienes
pagaban el precio eran solo ellos.
Las
estrellas titilaron con desesperación en el cielo oscuro y despejado. La luna
ilumino la planicie larga hasta los cerros pequeños bañados de cactus. Y todo,
como un flash, se oscureció, lenta y rápidamente. Todo quedo oscuro. Los
animales gritaron con desesperación y los habitantes de Santa Elvira, salieron
de sus casas con escopetas en mano. Algo muy malo se aproximaba al pueblo.
El viento
soplo más fuerte y el lugar se ilumino con un fuerte haz de luz; extenso,
brillante y prolongado. Las personas levantaron sus cabezas hacia el cielo y
observaron una masa formarse en él. Las campanas de la pequeña capilla comenzó
a sonar y todos, cada uno de los habitantes de Santa Elvira corrieron hacia el
sonido. Era la llamada para reunirlos a todos.
Sus pasos
rápidos crujían en la tierra a medida que se acercaban a la capilla. Tenía
miedo, mucho miedo y los gritos de los animales eran tenebrosos. Tembló más al
escuchar un ladrido lastimero y agudo.
La masa
se formó como una nube rebosante de agua, dentro de ella pequeños rayos salían
disparados a pocos centímetros del cielo, como sí, un nuevo planeta se
estuviera formando. Relámpagos chillaron en el cielo y las estrellas fueron
consumidas por más nubes negras, gordas y brillantes.
El ruido
era horrible.
Los pocos
habitantes del pueblo corrían con desesperación. Nadie entendía nada, solo que
algo había enfurecido a Santa Elvira…algo.
—¿Qué me
darás? —Una voz hipócrita y suave se dejó escuchar en el pequeño pueblo.
Las
personas entraron a la capilla, una a una fue colocándose en su asiento de
rodillas. Oraron para apaciguar el enojo de Santa Elvira. Sus voces se
convirtieron en una. Un solo eco se escuchó desde esas estrechas paredes. Las
voces hacían eco junto a la campana que zumbaba a cada segundo, marcando una
melodía de calma.
—¿Qué
estás dispuesto a sacrificar? —La voz volvió a preguntar, pero solo el eco de
la oración le llegó.
El viento
golpeo los vidrios de la capilla, estos crujieron y en solo unos minutos se
rompieron. Los pedazos de vidrio cayeron sobre el montón de cabezas y todos
gritaron. EL viento entró y la brisa helada lo acompaño.
El cielo
lloró. Las nubes se encendieron con estruendo y la lluvia se dejó caer con
fuerza. Los pequeños rayos pequeños tocaron el suelo y esté se ilumino como una
serpiente de fuegos artificiales, quemando todo a su paso. El agua y el fuego
no se juntan, así era, el fuego no se apagó por la cantidad de agua derramada
en esas planicies.
Todos
gritaron y lloraron. Se abrazaron juntos. Oraron aferrados de sus manos, uno a
uno, en un círculo ovalado.
—¿Cuál va
a ser tú sacrificio?— Otra pregunta y la voz aumento con intensidad.
La
capilla se comenzó a inundarse poco a poco. Desesperados algunos pocos, se
soltaron y dejaron de orar. Los primeros llegaron a la puerta y agarraron el
pomo y al girarlo se dieron cuenta que no podían abrirla.
El agua
subió de nivel. El líquido era frío y tenía una extraña textura, como si
estuviera podrida; el olor viajo a las fosas nasales de las personas y algunas
no aguantaron y vomitaron.
—¡Devuélvemelo…!
—Gritó la voz con rabia, locura y temor.
Las aguas
turbias se azotaron dentro de la capilla. Se formaron olas y remolinos
pequeños, arrastrando a los niños primero y luego a los adultos. El agua subió
su caudal de manera exagerada hasta casi el techo, mientras los remolinos
devoraban los cuerpos de las personas.
Gritos,
llantos…Todo era absorbido, desaparecía.
—¡Lo
quiero! —Llamó con fuerza—, ¡me pertenece!
El agua
estaba por llegar al techo y con ello ahogar hasta el último de los pobladores.
La campana de la capilla seguía zumbando en lo alto, como un ruego lastimero en
busca de ayuda.
Los
remolinos se juntaron en uno solo y con pereza devoraron al último del pequeño
pueblo de Santa Elvira.
Los
débiles y escasos rayos solares aparecieron desde las montañas, bañándolas con
suaves y agradables colores cálidos. El sol se abrió con fuerza desde el este y
comenzó a disipar a la nube madre.
La lluvia
paro. Las nubes desaparecieron cuando fueron tocadas con dulzura por la luz del
sol y un grito delicado, fuerte y mortal se dejó escuchar:—¡Devuélvemelo!
Un
silencio sepulcral llenó las planicies y la campana se calló. Aquel pueblo ya
era parte del pasado. Era un pueblo fantasma.
Desde el
centro hospitalario, una pequeña casita al oeste de la capilla, un hombre
salió. Sonrió. Levantó sus manos al cielo, estirándose. Se arregló la ropa y se
dirigió hacia el ayuntamiento, ahí subió a la camioneta y le dio marcha. El
auto rugió con fuerza y se marchó de Santa Elvira.
Las
planicies verdosas y llenas de cactus lo observaron marcharse. Al llegar al
final del pueblo, detuvo la camioneta, se bajó y con un martillo rompió el
cartel con nombre del pueblo. Lo tiró al piso y volvió a sonreír.
Sacó de
su pantalón una preciosa piedra y recitó un par de palabras y el pueblo
desapareció por completo; convirtiéndose en una llana y solitaria ladera, con
un pequeño riachuelo.
Santa
Elvira había sido ingenua al confiar en él, y fue así que por su propia
confianza dejo entrar a un desconocido y con ello la perdición del pueblo de
Santa Elvira.
Santa
Elvira desapareció del territorio nacional, tal cual nació: de la nada.
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