Relato: Mi querida Anabella
Título: Mi querida Anabella.
Autor: Ann Suou.
Clasificación: todo público.
Género: romance- relación chicaxchica, lesbianismo.
Estado: terminado.
Resumen: Conocí
a Anabella cuando tenía dieciséis años. Fue un encuentro mágico, cómo sí Cupido
me hubiese flechado con sólo verla. Mi mundo rodo a mí alrededor y mi corazón
latió con descontrol. Entendí, que el amor a primera vista sí existe y que no
era un simple mito, como mi hermana mayor me decía cada vez que ella rompía con
su novio de turno.
Notas de la autora:
Bueno, Mi querida
Anabella, fue escrita hace mucho tiempo
—no sé la verdad, pero probablemente fue el año pasado en el primer semestre—. Quería
escribir una relación de dos chicas y mientras caminaba para tomar la locomoción,
pensé en esta historia. Debo decir que era un poco diferente, pero al escribirla
quedo así.
Desde hace un tiempo he pensado que debo escribir más historias
de amor entre chicas, así que en un futuro, voy a escribir más. Ya estoy escribiendo
una, pero es trágica; también estoy en una donde hay un trió amoroso. En el futuro
quiero escribir de otros géneros.
Mi
querida Anabella
Por
Ann Suou.
Conocí
a Anabella cuando tenía dieciséis años. Fue un encuentro mágico, cómo sí Cupido
me hubiese flechado con sólo verla. Mi mundo rodo a mí alrededor y mi corazón
latió con descontrol. Entendí, que el amor a primera vista sí existe y que no
era un simple mito, como mi hermana mayor me decía cada vez que ella rompía con
su novio de turno.
El
primer mes no hablamos nada, el segundo tampoco y para cuando llegó el tercer
mes, mis ánimos estaban por el suelo. La única manera de que habláramos era
qué: ella se acercará a mi o yo a ella. Lo primero nunca sucedió y lo segundo
tampoco, cada vez que intentaba acercarme a ella, alguien interrumpía. Sólo
quería hablarle, sólo era eso.
Para
cuando me di por vencida, nuestra profesora nos cambió a todos de asiento, para
que nos conociéramos más. Mi suerte me sonrió y quedé a su lado en la fila de
la ventana. Estaba contenta y me recriminé por mi poca fe en mí misma o mejor
dicho en mi suerte.
Al
verla de cerca podía ver lo hermosa que era. Su largo cabello negro caía como
una cascada de cenizas y sus ojos castaños brillaban, su contextura era igual a
la mía, delgada —no al extremo, sino normal— y nuestras alturas eran iguales;
aunque estos datos son irrelevantes, jajá…
Al
sentarnos juntas nos presentamos, un apretón de mano y un beso en la mejilla de
la otra y me enamoré por tercera vez, porque la segunda vez, fue cuando me
senté junto a ella.
—Mi
nombre es Anabella Vera Cruz.
—Yo
soy, Cristina Monsalve Joffre —recité mi nombre sosteniendo aún su suave y
clara mano. Y mi corazón latía con fuerza, sin pensarlo quite mi mano. Anabella
me miró extrañada y le contesté con voz suave y baja —No estoy acostumbrada a
tener mucho contacto con las personas.
—¿Tienes
fobia a qué te toquen?
—No,
sólo que a veces actuó sin saberlo, lo siento—. Intentaba explicar, qué aunque
fuera mentira, no podía tocarla, ella podría darse cuenta de los latidos de mi
corazón y eso era algo incomodo. Nadie, pero nadie sabía que a mí sólo me
gustaban las chicas y no estaba dispuesta a que alguien se enterará.
Desde
que comenzamos a sentarnos juntas, una linda amistad se formo. Podíamos
conversar de muchas cosas y yo podía saber más y más cosas de ella.
Eran
tiempos felices, ya que no me importaba mucho sí había algo más, me conformaba
con esa sensación de hormigueo, nerviosismo y excitación recorrer por mi
cuerpo. Era feliz, muy, muy feliz. Mi amor por ella era más platónico que otra
cosa, ya que me colocaba feliz con un simple toque de manos o unos golpecitos
en el hombro o un abrazo fugaz.
Nuestra
amistad creció y se volvió fuerte. Nos llamábamos, nos enviamos mails e incluso
de vez en cuando nos encontrábamos para salir el fin de semana.
Pasó
un año y Anabella comenzó a salir con un compañero de curso. Al principio me
dolió, pero al final me di cuenta que el papel que yo representaba era sólo de
amiga. Una muy buena amiga. Y sellé mi amor por ella. Poco a poco nos
separamos, ella salía con alguien y yo me sentía fatal por ser un obstáculo
para que ella y su novio se mimaran.
Nuestra
amistad siguió durando todo lo que pudo. Pero cuando termino el colegio, cada
una tomo un rumbo diferente y las llamadas fueron cada vez más escasas, para
que finalmente desaparecieran por completo.
No
sé porque hoy vagamente la recordé, quizás porque ya han pasado cerca de cuatro
años sin saber de ella y qué aún hasta el día de hoy no me he vuelto a enamorar
de nadie más, ni he tenido alguna relación duradera con alguna chica.
Miré
nuevamente la pizarra y la voz de profesor nos despidió hasta la próxima
semana. Me levanté y me despedí de mis compañeros como todos los días.
Salí
de la universidad y me encaminé a tomar el autobús. Las luces de las farolas
comenzaban a iluminar todo a mi paso y por mi mente aún rondaba Anabella.
Quizás sí yo hubiese insistido en saber de ella mi amistad no se hubiese roto
así como así… Mejor dicho nunca debí haberla recordado, me gustaría verla y
saber que es feliz…sea con quién sea que esté.
Caminé
por el costado de la vereda hasta el paso de cebra y cuando crucé a un costado
mío la vi, tan hermosa como la recuerdo. Anabella.
Era ella, no podía estar equivocada, era sin duda ella. Pero algo estaba
diferente en ella, estaba mucho más hermosa y el brillo que poseía era
diferente a cuando estaba saliendo con su novio. Fije mi mirada en su cuerpo y
ahí lo vi, ella tocaba su barriga abultada y conversaba contenta con un hombre.
Ella era feliz, muy feliz.
Seguí
mi camino hasta la parada de autobuses pensando que quizás algún día yo
encontraría a alguien a quién amar mucho más que a Anabella. Porque ella fue mi
primer amor y aunque pasen años, yo siempre la recordaré como la mujer más
bella del mundo.
«Quiero encontrar una linda chica
para mí», recité mientras me subía a la micro.

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Creado a partir de la obra en cuando-el-sol-brilla.blogspot.com.
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